Castella_21-5-15Antonio Lorca.– “Atención, por favor”, se oyó por los altavoces de la plaza. “Al finalizar el paseíllo se guardará un minuto de silencio en memoria de la afición de Madrid, tristemente desaparecida”. Y así fue; al término del desfile inicial, la plaza entera se puso en pie, y se mantuvo en actitud silente en recuerdo de la que fue una afición exigente y referente del toreo mundial.

La escena es ficción, pero alguien, alguna vez, debería recordar a esos miles de aficionados que hicieron de esta plaza santo y seña de la tauromaquia clásica, en la que se exigían toros con trapío y fortaleza y toreros heroicos, y se premiaban faenas trascendentes. Algún día habría que recordar a esos buenos aficionados, como aquel Salvador Valverde Salva, con su grito de guerra “¿A quién defiende la autoridad?”.

Pero la afición está desaparecida. Algunos, como Salva, ya fallecidos, y los demás, en sus casas, cansados del engaño y el fraude en que los taurinos y la autoridad han convertido esta fiesta.

A buenas horas, hace unos pocos años, se hubiera aprobado la corrida de Núñez del Cuvillo, sin el trapío necesario para esta plaza; impensable, además, que se hubieran lidiado entre la conformidad de la mayoría. Los cinco toros que murieron en el ruedo habrían sido devueltos a los corrales porque eran absolutamente inválidos. Y prueba de que la afición no existe es que no pasó nada.

Pasó, eso sí, que la empresa se ahorró un dinero, a lo que colaboraron los toreros intentando que los toros no se cayeran y el presidente tuviera que devolverlos.

Hablando de otra cosa: ¿cómo es posible que un toro atlético se derrumbe sin motivo aparente antes de que se cumpla un minuto de su salida al ruedo? Si no es un problema sanitario, ¿de qué se trata? ¿Acaso, han tomado algo y les ha sentado mal? ¿Algún reconstituyente, tal vez? Por cierto, ¿habrá decidido el presidente el análisis de las vísceras? Seguro que no.

Volvamos a la afición. Es desesperante comprobar cómo este público de paso y triunfalista aplaude a un picador (el caso de Oscar Bernal en el cuarto) por no picar; es para llevarse las manos a la cabeza que el tendido jalee los medios pases de un Talavante tan insípido como su lote y negado con la espada toda la tarde.

Es inconcebible e inadmisible que se admita que Castella alardee de valor ante un proyecto de cadáver como el segundo, o que se cantara su faena al sobrero, larguísima, intermitente, en la que mezcló una buena tanda de derechazos ante un noble toro que humillaba de ensueño con otras fases en las que citó con el pico de la muleta, fuera cacho y sin atisbo de hondura. ¡Y hubo quien pidió hasta la segunda oreja…!

Se esforzó Urdiales por hacer honor a su cartel, y tras pasaportar a su moribundo primero, brindó el segundo a Curro Romero, presente en el tendido. Armó una faena en la que destacó más la plástica de su figura que la templanza de su buena concepción del toreo. Pesado se puso al final y casi escucha el tercer aviso. ¡Y dio una vuelta al ruedo entre la indiferencia del respetable…!

Hay que frotarse los ojos para comprender lo que está ocurriendo en esta plaza. Esta no es Madrid, sino un coso de pueblo, orejero y bullanguero. Es la consecuencia lógica de la expulsión de los buenos aficionados. Hace unos días, el empresario decía que “la plaza de Las Ventas está ahora menos crispada”. Cuánta razón tiene. Porque ya no es Madrid. Por todo ello, por Salva y los buenos aficionados, guárdese, de verdad, un minuto de silencio.

Toros de Núñez del Cuvillo, —el quinto, devuelto—, mal presentados, inválidos y descastados. Sobrero de El Torero, justo de presencia, blando y noble.
Diego Urdiales:estocada (silencio); —aviso— estocada —2º aviso— y cinco descabellos (vuelta por su cuenta).
Sebastián Castella: casi entera (silencio); —aviso— estocada (oreja).
Alejandro Talavante: tres pinchazos —aviso— pinchazo y media (silencio); dos pinchazos, media y un descabello (silencio).
Plaza de las Ventas. 21 de mayo. Decimocuarta corrida de la feria de San Isidro. Lleno de ‘no hay billetes’. Asistieron el Rey Don Juan Carlos y la Infanta Elena desde la meseta de toriles.

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