Antonio Lorca.- Tercio de banderillas del tercer toro, de escasa movilidad y tardo de embestida como todos sus hermanos. Una tensa espera para los subalternos. El responsable de la lidia, Javier Ambel, capote prendido en las yemas de los dedos, se dispone a dar una lección de toreo; llama al toro, se deja ver, sin prisa, con elegancia, lo embebe en la tela, sin tocarla, con suavidad, como una caricia. Y así, uno, dos, tres y hasta cuatro lances interminables que supieron a gloria en una tarde que se precipitaba por la ladera del sopor. El animal quedó en los medios, y el matador, Rubén Pinar, indicó que lo acercaran a tablas. Lo intentó Ambel a una mano, pero el toro no respondió, y volvió a dibujar otros dos lances para los paladares exquisitos de los muchos que supieron verlo.
No hubo más; meritorio, quiere decirse. Hubo, sí, seis toros bien presentados y con kilos de la siempre esperada ganadería de Cuadri que, en conjunto, decepcionaron por su escasa movilidad, su mansedumbre en los caballos, su desesperante aturdimiento en banderillas, y aprobaron en la muleta, donde se mostraron nobles y con recorrido cuando los toreros acertaron con los terrenos y la disposición. Destacaron el tercero, quinto y sexto, pero no lucieron porque sus matadores no tuvieron su día, no acertaron con la estrategia o, sencillamente, no supieron obtener la rentabilidad necesaria del capital que les tocó en suerte.
Fue una corrida dura, pese a la nobleza de los toros, exigentes todos ellos, pero obedientes al mando inteligente. Quizá, hubo poca cabeza y menos corazón. Cualquiera sabe…
Lo cierto es que ni Encabo, ni Robleño ni Pinar sacaron nada en claro, y solo ellos sabrán de verdad lo que pasó en el ruedo.
Lo que se vio, sin embargo, fue una actuación muy deficiente de los tres -más entregado Pinar-, lejana de las necesidades de los toros y, por qué no, de las suyas propias. Ninguno se ha abierto un camino nuevo con esta corrida; lo grave sería que quienes mandan lo consideren un negro borrón de los que tienen difícil limpieza.
Encabo ofreció una pobre imagen. Se le notó en demasía que hace pocos paseíllos. Quiso, pero no pudo. Su decisión se veía entorpecida constantemente por un corazón que no respondía. No es que tuviera toros de triunfos, pero de su veteranía se esperaba otra actitud. Se estiró con gusto en las verónicas iniciales a su primero, otra verónica más y una buena media en un quite, y ahí se acabó su tarde. Muleteó excesivamente despegado, inseguro, sin confianza alguna, y nada le salió a derechas. Además, dio un sainete con los avíos de matar. En fin, que la experiencia, en esta ocasión, no fue un grado.
Tampoco estuvo más allá Robleño, un torero valeroso que parece anclado desde hace algunos años. Le faltó gracia, chispa, picardía, y se mostró como un torero aburrido y vulgar tanto con el deslucido segundo como con el noble quinto.
Y a Pinar se le vio con más entrega y afán de triunfo. Tardó en entender el buen pitón izquierdo del tercero y trazó un manojo de naturales que no acabaron de arrebatar a nadie. También embistió el sexto, pero, pese a sus esfuerzos, sobresalió un concepto demasiado basto que no llegó a los tendidos.
Entre el cuarto y quinto toro se tiró al ruedo un antitaurino que rápidamente fue interceptado por miembros de las cuadrillas, que impidieron que mostrara una pancarta que no pudo abrir. Se zafó con pericia de sus perseguidores, cayó al suelo y fue zarandeado antes de ser detenido finalmente por la policía.
Toros de Hijos de Celestino Cuadri, bien presentados, mansos, sosos, descastados y nobles.
Luis Miguel Encabo: pinchazo hondo y bajo, cuatro descabellos -aviso- y tres descabellos (silencio); cuatro pinchazos, siete descabellos -aviso- y cuatro descabellos (pitos).
Fernando Robleño: bajonazo (silencio); dos pinchazos y casi entera (silencio).
Rubén Pinar: estocada perpendicular (ovación); casi entera baja y trasera -aviso- (silencio).
Plaza de toros de Las Ventas. 2 de junio. Vigésima octava corrida de feria. Tres cuartos de entrada.