Rivera_MéxicoGastón Ramírez Cuevas. – Domingo 7 de febrero del 2016. Décimo octava corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Ocho de Marrón. Algunos decentemente presentados, otros no, pero todos mansos de solemnidad y débiles. Algunos fueron pitados en el arrastre y los demás fueron abucheados con fuerza.

Toreros: Francisco Rivera Ordóñez (me niego a llamarle Paquirri), al que abrió plaza lo despachó de tres pinchazos con el brazo encogido y otros tantos golpes de descabello: pitos al toro y silencio para el torero. Al quinto lo pinchó otras tres veces y luego le metió una casi entera: pitos al toro y silencio.
Diego Silveti, al segundo de la tarde lo mató de cinco pinchazos espantosos y un golpe de corta que no bastó. Afortunadamente el toro se echó. Benévolo silencio tras dos avisos. Al sexto se lo quitó de enfrente con una casi entera y dos descabellos: silencio tras aviso.
Fermín Espinosa “Armillita IV”, al tercero lo finiquitó de una entera baja: silencio. Al séptimo le endilgó un pinchazo y media que bastaron: bronca al toro y silencio.
Juan Pablo Llaguno, al cuarto le asestó tres pinchazos y una casi entera delantera: pitos al toro y silencio. Al octavo lo pinchó hasta la náusea y lo descabelló de igual manera: palmas tras dos avisos.
Entrada: menos de cuatro mil personas.

El aficionado optimista tiene varios problemas, entre ellos que no gusta del futbol americano. Eso es una lástima, pues de otro modo se hubiera quedado en casa a ver el Super Bowl y se hubiera ahorrado la corrida más aburrida y patética de la temporada, que ya es decir.

No seré yo el aguafiestas pesimista que sólo le relate a usted las miserias de un festejo horripilante y excepcionalmente lamentable. Bastará con echarle la culpa a los toros del señor Joaquín Marrón, un ejemplo a seguir en la eterna búsqueda de la mansedumbre y el raquitismo de los bóvidos, pues frente a esas cataplasmas con cuernos ni el mismo Gallito hubiera podido hacer algo decente.

Se salvó de la quema el cuarto espada, Juan Pablo Llaguno, quien de haber matado bien al octavo de la función hubiera cortado por lo menos una merecida oreja. Juan Pablo estuvo siempre bien colocado y haciendo las cosas con pureza y buen gusto. Lo único realmente rescatable de la tarde fueron los cuatro excelentes naturales que le pegó al que cerró plaza.

Siguiendo en la pedregosa senda del optimismo insumergible, anotaremos también que ésta fue la última comparecencia del nieto del maestro Fermín Armilla. Ese pobre muchacho no nos molestará más esta temporada capitalina ni hará que su abuelo se avergüence de él allá en el poético tablao de Frascuelo, a mano derecha según se va al cielo. Diremos en descargo de Fermincito que sería un gran torero si fuera totalmente distinto.
En el sainete/mojiganga de la “corrida de dinastías” también participaron Fran Rivera y Diego Silveti, sobre cuyas actuaciones es mejor no entrar en detalles. Basta con citar a don Roque Solares Tacubac y decir que ambos diestros han ido adquiriendo a pulso la aniquiladora lacra de la mediocridad.

Termino esta mini-crónica con una reflexión llena de agradecimiento: ¡Por lo menos nadie regaló un toro!

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