Antonio Barrera fue un torero serio con toros de verdad, tal como fue la corrida de Guardiola, bien presentada y variada. Luis Viches, animoso, no pasó de discerto, mientras Robleño pasó desapercibido

Guardiola / Antonio Barrera, Fernando Robleño y Luis Vilches

Plaza de Málaga, 2ª de Feria, Media plaza. Seis toros de H. de Salvador Guardiola, muy bien presentados y de juego variado, en general, nobles, salvo el quinto. Mejores, primero y cuarto. Saludó en banderillas Paco Peña. Excelentes pares de Ecijano II y Curro Trillo. Buenos puyazos de Germán González, Paco Plaza y Francisco Romero.
Antonio Barrera, canela y oro con remates negros, estocada atravesada y descabello (vuelta al ruedo tras aviso). En el cuarto, estocada (una oreja tras aviso).
Fernando Robleño, tabaco y oro, pinchazo y cuatro descabellos (silencio). En el quinto, tres pinchazos y siete descabellos (silencio tras aviso).
Luis Vilches, verde esmeralda y oro, cuatro pinchazos y descabello (silencio tras aviso). En el sexto, dos pinchazos y dos descabellos (silencio).

Carlos Crivell.- Málaga

Salió una corrida de toros de imponente presencia, hermosa de hechuras, rematada por delante y por detrás y con abundante leña en la cabeza. Andamos a vueltas con el toro de Málaga. Con toros como los de Guardiola se acaban las discusiones, así es el toro de lidia, posiblemente incluso puede que estos astados también fueran dignos de plazas como Sevilla o Madrid. Eran toros en toda la línea y ello siempre condiciona lo que ocurre en el ruedo.

En las fases de preferia sale el toro, porque para disgustos ya vendrán los días más encopetados. Son días de aficionados de verdad, que acuden a la plaza para ver la corrida, no para que les vean a ellos. Los carteles son distintos, en general son matadores dignos pero modestos que tienen la oportunidad de una plaza de primera, algo nada desdeñable. Por ello, el aficionado sabe calibrar bien el mérito que tiene enfrentarse al toro íntegro, al menos por su presencia.

La de Guardiola tuvo fachada y fondo diverso. Su juego en el caballo fue notable. Se fueron de largo con esa avidez por los montados que manifiestan los toros criados en El Toruño. La corrida fue ideal para los picadores, buenos profesionales que acertaron a agarrarse con guapeza y picaron en general muy bien, para lo cual fue necesario que los astados empujaran con desigual clase. Por tanto, una corrida para aficionados de verdad con todos los matices posibles, pero de las que está necesitada la Fiesta.

El héroe de la tarde fue Antonio Barrera, curtido en mil batallas, que estuvo hecho un jabato con los dos que le cupieron en suerte. El que abrió plaza era de irreprochable estampa. Fue noble y tuvo vibración, así como una cierta mansedumbre. Barrera acertó a dejar la muleta colocada par robar pases de mucha emoción, siempre con la habilidad suficiente para buscarle las vueltas al toro y sacarle todos los pases posibles. Fue un alarde de valor, buena técnica y de corazón torero. La oreja se perdió en una estocada atravesada.

Pero se hizo justicia en el cuarto, otro toro con embestidas codiciosas que Barrera exprimió en una demostración de valor y de seguridad. A un toro nada fácil, lo trató como si fuera de carretas y sacó tandas emocionantes por la derecha. La plaza se entregó a la casta torera del sevillano, que ahora enterró la espada en el morrillo y paseó la oreja, primera de esta Feria.

Para Robleño fue una tarde infausta. No se puede tener menos suerte. El primero de su lote se aplomó mucho y fue casi imposible darle un pase por derecho. El quinto sacó malas ideas y puso en apuros al madrileño, que sólo pudo torear sobre los pies. Lo que tiene menos disculpa es su mal estilo con la espada, ya que en ambos naufragó de forma lamentable.

Luis Viches se lució con el capote en sus dos astados. Vilches conserva ese buen sabor del toreo de capa eterno. Al tercero, toro de noble y desigual embestida, le hizo una faena con momentos muy destacados por el pitón izquierdo, el lado bueno del Guardiola. Se equivocó al cambiar de mano e insistir sobre ella cuando el pitón bueno era el zurdo. Aún así, el de Utrera dejó pasajes estimables de su buen concepto torero. Con la espada, como suele, es decir mal.

El sexto también le ofreció la oportunidad de triunfo, aunque el animal se fue apagando en la muleta poco a poco. Sobre la diestra dibujó pases de uno en uno; sobre la izquierda, el toro ya no podía con su esqueleto. Vuelta a la derecha, más pases aislados y ocasión esfumada. Vilches, tan buen torero como siempre y sin apretar a fondo, como tanta veces. Y con la espada, como siempre, un pinchauvas sin remedios.

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