Gastón Ramírez Cuevas.- Lunes 18 de noviembre del 2013. Quinta corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Dos de Fernando de la Mora para rejones. El primero, de escasa o nula presencia, se despitorró en un burladero de Sol. El tercero –se corrió el turno- fue muy noble y mereció el arrastre lento. Uno de Marrón también para rejones, sexto. Anovillado, pero se dejó.
Cuatro de Marco Garfias para los de a pie, desiguales en cuanto a presencia y juego. El que hizo cuarto fue un animal con bravura, motor y algo de guasa, fue ovacionado en el arrastre. El quinto fue fuertemente pitado por su falta de trapío y su mansedumbre.
Toreros: Alfredo Gutiérrez, a su primero le mató de un pinchazo sin pasar y una entera tendida, trasera y baja: silencio. Al segundo que le correspondió en suerte le pasaportó de entera trasera y le cortó merecida oreja.
Ignacio Garibay, al que hizo segundo le despachó de media aguantando y dos golpes de descabello, el último fue magistral: al tercio. A su segundo le asestó un bajonazo de libro: palmas para el torero y pitos al toro.
Leonardo Hernández a caballo. Le regalaron dos orejas del tercero después de un rejón de muerte a medio lomo. Al que cerró plaza lo mató a mansalva con un metisaca en los riñones y otra hoja de peral muy deficiente: silencio.
Hoy sí que hubo una entrada raquítica, menos de cinco mil gentes en la plaza más grande del mundo. Ahí tiene usted el claro interés que despiertan dos toreros honrados y valientes. Ni el numerito del caballito logró concitar a la gente bonita adicta a la hípica circense. Está visto que el grueso del público prefiere que le engañen los figurones españoles y ciertos toreadores del país.
Alfredo Gutiérrez no estuvo nada a gusto con su primero, salvo cuando manejó con clase el capotillo toreando por verónicas y ceñidas gaoneras. Ya con la muleta la cosa perdió color y salvo algunos derechazos largos, no hubo nada memorable.
En el cuarto (recordemos que se corrió el turno pues el rejoneador no pudo torear al que abrió plaza), el sobrino del tan querido maestro Jorge Gutiérrez empezó mal. Parecía un disco de 78 revoluciones por minuto con el percal. El bicho de Marco Garfias no era bonito pero tenía fuerza, bravura e inteligencia, y el torero lo sabía.
Fue interesantísimo ver cómo Alfredo se sobrepuso al miedo cerval que le acompañó al principio de su faena de muleta. De pronto, el coleta hidalguense decidió aguantar y templar, entregándose en enormes derechazos exponiendo como los buenos. Hubo valor y pundonor, dos cosas que no se ven muy a menudo.
Si algo se le puede criticar es que no pegó un solo natural y que al final de la faena, cuando el morito pedía más muleta, Alfredo se desdibujo. Se tiro a matar con fe y cortó una oreja que nadie protestó.
Oiga, si ese tipo de toro saliera más seguido por los toriles de la México, habría menos mediocridad y aburrimiento en el embudo de Insurgentes. ¿Por qué? Pues porque el toro debe transmitir peligro, emoción y vender caro el pellejo.
Ignacio Garibay se la rifó con su primero y estuvo en torero. Con el percal lanceó muy bien a la verónica y remató con una media larga cordobesa de cartel. A base de aguantar y templar sometió al de Garfias y pegó los mejores derechazos de toda la tarde. Bien que lo intentó al natural, pero ahí el toro tiraba tornillazos a la menor provocación. Hablamos de una res con gatos en la barriga, de hecho, cuando Garibay se perfiló, alguien estornudó en el tendido y el cornúpeta le buscó codicioso. Por eso, por el peligro, valió la pena ver el oficio y la honradez del sobrino de la famosa actriz María Victoria.
Su segundo fue el más chico, el más feo y el más manso de todo el encierro. Nada por ningún lado: ¡lástima!
Del sedicente rejoneador no hablaremos aquí, eso se lo dejamos a los aduladores de los clowns, a esos tinterillos que se dejan engañar y pretenden engatusar al respetable alabando a los centauros que torean al tendido y se regodean en ponerle mil banderillas a medio lomo al sufrido rey de la Fiesta.