Perera y Cayetano, cumbres en la Goyesca de Ronda y los tres toreros a hombros en un festejo triunfal con la terna a hombros. Corrida sosa y noble de Algarra y cumbre Perera en el sobrero y detalles inmensos de Cayetano en el sexto. Manzanares, mejor en el primero que el que le cortó dos generosas orejas.
Seis toros de Luis Algarra, bien presentados y de juego variado. Fue bravo el primero; sosos, segundo, tercero y cuarto, aunque todos fueron nobles. El quinto, a menos y rajado al final. El sexto, muy flojo, noble. Se lidió el sobrero por Perera, manso y a menos.
José María Manzanares: media atravesada y estocada (saludos) y estocada (dos orejas).
Miguel Ángel Perera: estocada caída (una oreja) y estocada trasera (dos vueltas tras aviso). En el sobrero, pinchazo y estocada caída (dos orejas)
Cayetano: estocada (una oreja) y estocada (dos orejas).
Plaza de Ronda, LIII corrida Goyesca. Saludaron en banderillas Joselito Gutiérrez, Curro Javier y Juan José Trujillo. Los tres matadores salieron a hombros.
Carlos Crivell.- Ronda
La Goyesca volvió a ser un escenario único para ver festejos taurinos. En las pilastras y palcos del coso de piedra, al ver toros en este escenario se imagina el aficionado a Pedro Romero estoqueando cinqueños. Y a Goya sentado en algún lugar captando la lidia de los toros de antaño. Todo es distinto ahora. Ni el toro del siglo XXI es el que mataba el mítico espada rondeño, ni la propia tauromaquia actual se le parece. Es más, ni siquiera el público tiene ahora nada de goyesco. A esta corrida se asiste por peregrinación romántica para rememorar tiempos pasados, que también pasan por el gran artífice de este festejo: Antonio Ordóñez, siempre presente en las sucesivas ediciones de la corrida rondeña.
Todo es tan diferente que un terno goyesco para torear se convierte en la gran noticia, tal como ocurrió con el que vistió Cayetano para la ocasión, pieza creada por el diseñador Armani, una joya que pasará a un museo.
Se trata de una corrida de toros y como tal hay que juzgarla. Y, aunque Goyesca, es una corrida moderna. Lo primero es que el encierro de Algarra estuvo más que dignamente presentado, sobre todo en comparación con otras de ediciones recientes. El juego no fue nada del otro mundo. No hubo mucha casta ni fuerzas. Salió uno bravo, el primero, pero el resto pasó de forma simbólica por el caballo, con mención especial para el quinto, que no se picó por voluntad de su matador.
El toro bravo de la corrida fue el primero, animal al que toreó a ratos de forma maravillosa Manzanares, aunque con algunas intermitencias. En el lado positivo, la facilidad del espada para entender al toro y llevárselo al centro. También su ritmo de faena, con sus pausas, para ir encelando al animal. En clara expresión de cómo fueron las tandas finales, llegó a dar hasta siete naturales ligados. Esta labor, en el que abría plaza, no debió ser bien comprendida por la plaza, que ni pidió trofeos.
En cambio, le otorgó dos orejas en el cuarto por una labor menos valiosa aunque con tintes más estéticos, porque el de Alicante tiene una forma de torear que encanta por la belleza de sus formas. La faena tuvo un defecto fundamental: todo lo hizo por fuera. Es el toreo periférico de la modernidad. No se cruzó nunca y se lo pasó muy lejos. Todo lo dejó para su estética torera. Por ese motivo no era labor para doble trofeo, pero así está la Fiesta.
El extremeño Perera resulto arrollado por el segundo de forma aparatosa al comienzo de la faena. Se lo brindó a Rivera Ordóñez. Tuvo mucho mérito su labor, más que nada porque con sus armas de costumbre, el valor y el temple, sacó pases inesperados de un astado que llevó siempre la cara por las nubes. La espada, contundente, le dio el premio.
Y también quiso arrancar el trofeo en el quinto. Lo recibió con dos pases por la espalda y toreó con valor, aunque el número fuerte volvió a llegar al final con su eterno arrimón, capaz de estremecer al más tranquilo. El animal, rajado y andarín, se puso difícil a la hora de la muerte. El palco le dio un aviso y le negó la oreja. La realidad es que podía llevar razón, pero son ganas de complicarse la vida precisamente en este toro, cuando es un usía que da los trofeos a espuertas. No es seguro que Perera se encarara con el palco; la impresión es que en la vuelta pedía el sobrero.
En vista de lo cual, Perera pidió el sobrero. Apenas se picó. Se rajó en banderillas y todo apuntaba a que era una papeleta. Perera lo templó con valor. El animal tuvo que embestir porque sólo contemplaba la muleta. Se apoderó de su voluntad y acabó en dominio, por encima de cabezazos y tarascadas que el de Algarra dibujaba en el aire, sobre todo al natural. En la plaza de Ronda, el público volvió a sentir miedo. Se fue a hombros con sus compañeros, como no podía ser de otra forma.
La estrella era Cayetano, su tauromaquia y su vestido torero. Recibió al tercero con unos bellos lances rodilla en tierra. El toro no fue fácil por su falta de calidad. Cayetano estuvo entregado y voluntarioso, logrando algunos muletazos bellos sin ninguna posibilidad de ligazón. La oreja fue muy bondadosa, lo que visto lo que pasó en el quinto muestra la escasa unidad de criterios del señor Baena.
Cuando se anunció la salida del sexto, la gente estaba enfadada por la negativa de la oreja a Perera. Pasó lo que no debe pasar nunca, porque desde distintos sectores se tiraron botellas al ruedo. Mal por el público. Hecha la paz, Cayetano toreó bien a la verónica. Ya entonces, el traje de Armani estaba manchado de sangre. El sexto era un toro bien presentado, pero muy flojo. Sin zapatillas, el hijo menor de Paquirri dibujó pases bellos por la derecha, nuevamente inconexos. Lo mejor de la corrida llegó en una tanda enorme de naturales. El toro se mantenía en pie y Cayetano, un prodigio de majestad, dibujó naturales largos, sentidos y mandones. Luego, para postre, unos derechazos preñados de profundidad. Cayetano hizo honor a sus antepasados en una Goyesca que ha supuesto un paso adelante en su devenir torero. Acabó con adornos sublimes y le puso colofón glorioso a la tarde.