Gastón Ramírez.- Dice el matador André Viard que el mundo ideal para algunos es forzosamente un infierno para los demás.
Ayer, la corrida fue una probadita del paraíso para los morantistas más fieles y la antesala del inframundo para el ganadero, los alternantes, y los detractores del de La Puebla del Río.

Después de ver la faena al quinto toro de Jandilla, una obra de arte y valor en estado puro, uno no se explica cómo hay quien se atreve a poner en duda que Morante se arrima mucho.

Para mí resulta obvio que si se carga la suerte y se le imprime tanta verdad a los lances y muletazos, el torero tiene que estar pasándose al bicho muy cerca.
Con el capote José Antonio Morante nos regaló una verónica excelsa, dos chicuelinas dibujadas y una media misteriosa y perfecta. Morante es un diestro que provoca la sonrisa y el olé en forma simultánea.

El torito de Jandilla, rajado, tardo y mirón, tuvo que tragarse muletazos de sorprendente temple y aguante. No fue una faena con profusión de adornos, fue una labor maciza y precisa con series cortas sobre ambos pitones, tandas de superior mérito por el trazo artista y por la exposición. La media lagartijerilla hizo que Morante cortara la única oreja del festejo.

El resto de la undécima corrida de abono fue asaz desastroso.

Finito volvió a estar en Juan Serrano y dejó escapar al único toro noble y con recorrido del triste encierro de Jandilla. Este torero, desde hace más de un lustro, parece ser el portador del virus de la mandanga, enfermedad tropical que produce abulia y precaución excesiva en los coletas.

Castella vio como su primer toro doblaba en los medios después de un par de muletazos. El pobre animal debe haber sido víctima de la despiadada fiebre porcina, pues echó las cuatro patas al aire y expiró. ¿Será eso la muerte del toro bravo? No lo sé, pero una buena cuarentena de diez años no le vendría mal a esta vacada tan execrable.

Si el infierno torero es querer y no poder por falta de suerte, el matador de Béziers pudo constatarlo de nuevo con el sexto, un manso de libro.
Y si el infierno taurino es el castigo para los que pueden y no quieren, Finito va descendiendo a velocidades vertiginosas camino de ese lugar tan caluroso.

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