Buena corrida de El Pilar con tres toros de nota, sobre todo el quinto de nombre Guajiro, cinqueño, bravo y noble. Castella le cortó una solitaria oreja. Bien Manzanares toda la tarde y mal El Cid.

Cuatro toros de El Pilar y dos, primero y tercero, de Moisés Fraile. Excelente el quinto y buenos cuarto y sexto. Manso el primero.

El Cid: silencio y pitos. Sebastián Castella: silencio y una oreja. José María Manzanares: saludos tras aviso y una oreja.

Sevilla, 18 de abril, 11ª de abono. No hay billetes. Saludaro en banderillas Curro Javier, Juan José Trujillo, Curro Molina y Pablo Delgado.  

Carlos Crivell.- Sevilla

 El silencio de la Maestranza es fuente inagotable de sugerencias. Esos momentos en los que la plaza espera algo son sublimes. No hay ninguna otra plaza en el mundo que viva con tanta intensidad la Fiesta. Por eso, ver toros en Sevilla sigue siendo una experiencia única, irrepetible y que se mantiene a pesar de que los tiempos cambian. Silencios como los que antecedieron a los grandes pares de banderillas que se colocaron, o los que intuían que habría toreo grande al comienzo de las faenas de los diestros.

La corrida, a punto de ser frustrada por la lluvia, fue de las que hacen afición. El público asistió ensimismado a la lidia de seis toros de presencia y comportamiento diverso. En la corrida de El Pilar hubo de todo, pero el aficionado siempre se acordará del quinto, de nombre Guajiro, alto, ancho y de pelo ensortijado en el cuello, bravo, noble y repetidor. Si un toro así no es premiado con el honor póstumo de la vuelta al ruedo, ¿quién podrá merecer dicho premio? Junto a este pedazo de toro, la nobleza del sexto y las posibilidades no mostradas del cuarto. La variedad se hizo presente en la mansedumbre del primero, la falta de clase del muy feo segundo o la intermitencia del tercero. Simplemente una corrida de toros, aunque esa cumbre de Guajiro le sube la nota al conjunto y se queda ya entre la nómina de los toros buenos de verdad. El Pilar se ha reivindicado y se coloca entre las ganaderías que se necesitan para que los matadores puedan torear a gusto.

Esta corrida pasó a la eternidad sólo con dos orejas cortadas. Algunas de las que pudieron lograrse se las llevaron los aceros. Eso indica que la terna no aprovechó las posibilidades del encierro.

No las aprovechó El Cid, que tendrá que someterse a un profundo examen de conciencia para volver a ser el de siempre. El manso de salida no le dejó hacer nada, pero con el cuarto no estuvo centrado. La gente, que no tiene memoria con algunos toreros, le pitó. Seguro que esos pitos debieron herir en los más íntimo de su ser a Manuel Jesús.

Castella debió cortarle las dos orejas al quinto. No las cortó porque, aunque es muy buen torero, es un espada previsible y programado. Algún día hay que cambiar el esquema de una faena, sentirse torero, hacer algo distinto a la rutina de siempre. Castella fue a lo suyo: pases por la espalda, derechazos (infinidad de los mismos), casi ninguno con la izquierda, los circulares invertidos (a esas alturas parte del público se lo recriminó) y la gama de todos los días. No le gustó que le concedieran una sola oreja, pero también debe reflexionar, porque cuando un toro embiste como Guajiro hay que torear con grandeza; si se sabe, claro.

El toreo con grandeza llevó la firma de Manzanares. Lo del tercero fue una labor intermitente, con altos de calidad suprema y algunos detalles de falta de acoplamiento, bien porque le enganchó o porque se empeñó en torear muy en corto.  La faena al sexto fue una joya, llena de empaque, perfume caro y regusto exquisito. Toreó con lentitud pasmosa, ligó mucho en las tandas diestras, se gustó en los monumentales pases de pecho y dibujó unos cambios de mano (ya en el tercero pintó un cartel de toros) que nos reivindican con el toreo de clase, el que te levanta del asiento y recibe el óle rotundo y macizo. Manzanares, que tiene la espalda herida, quería torear en Sevilla. Se entiende, es un torero para Sevilla, para una plaza capaz de esperar en silencio la obra de arte.

 Lo que ya no es de recibo es que un torero tan bueno con la espada, haya perdido el sitio precisamente ahora. Debe ser por la espalda. Da igual, Manzanares toreó y Sevilla le aclamó.

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