Ángel Luis Lorenzo Francisco.- 

«Una idea fija siempre parece una gran idea, no por ser grande, sino porque llena todo un cerebro». (Jacinto Benavente, Dramaturgo y Premio Nobel de Galapagar)

La idea de Victorino Martín (ese lobo romántico de Galapagar), no es un castillo de naipes que comenzara a derrumbarse. Al contrario, sigue un guión de pelea en quehaceres y una savia llena de afición. De inteligencia natural, hombre de campo de toda la vida, su inquietud y afición a la fiesta han hecho que esas ideas, hechas comportamiento, colonizaran al mundo del toro. Siendo como diría Cesar Rincón hace unas horas: “fiel a sus principios y creencias” hasta llegar a ser “único”, como Zabala de la Serna nos lo recordaba. No pretendo un espacio donde derramarme en impresiones privadas.

Como su ganadería, la vida de Victorino Martín siempre pone algo novedoso de relieve. Una existencia como niño de la guerra, que le convirtió en un superviviente.

Comenzó luego más tarde en negocios familiares (  sin vergüenza de ser de pueblo como lo fue Domingo Ortega) hasta llegar a su primera corrida en Zaragoza. Con una salud de hierro, donde la única enfermedad fueron algunas cornadas, como la del toro Hospiciano.

El camino no resultó fácil hasta abrazar ese verano exitoso del 69, el 1 de junio del 82 (la famosa corrida del siglo) y un largo etc… Por detrás, mucho brega visualizada en él y los suyos para coger un encaste caído y resucitarlo. Solapando los defectos en una inmejorable selección. En medio, animales negros, entrepelados  y cárdenos, lomo recto y degollado. Trasmitiendo emoción con agresividad y vendiendo muy cara su vida.

Como la vida de Martín Andrés, llena de trabajo sano y de verdad, sin tiempo casi ni para atender a su familia. Hombre de campo, nacido en el pueblo donde está enterrado Jacinto Benavente, todo en él se realizó, como su encaste, viniendo despacio y aprendiendo enseguida.

Para mí, Victorino fue un PROFETA con mayúsculas. No se trata de ser un adivino, sino hombre de presente, pero con memoria del pasado (esa novillada en Zaragoza), que mira hacia el futuro de la tauromaquia. Las referencias al futuro, brotan de un contacto continuo con el presente, como respuesta a los problemas e inquietudes que este plantea. En medio de estas inquietudes, vió que tenía cosas importantes: la casta, raza y temperamento acometido de sus toros.

Fruto de ello, indultos de verdad (con toreros que se anuncian con ellos de cuerpo entero), en dos plazas carismáticas, visualizando un toreo que sigue necesitando de esa profundidad. Fue su único empeño: criar toros bravos para emborrachar de pasión los ruedos.

Esos toros bravos, como él bien decía: “que piden la documentación al que no tiene profesionalidad.” El toro es el centro de los Toros (como diría Sanchez Mejías) y el ganadero de Galapagar lo hizo sentencia, en un camino incierto de dudas, donde supo aventurar en cada tentadero.

¿Hay mejor legado para estos tiempos difíciles en la tauromaquia? Aunque la responsabilidad  es de todos. Ya no basta con sacar una entrada y sentarse en el tendido. Quizás nos falte, ese barniz de elitismo cultural, que nuestros vecinos franceses tiene y que les hace presumir más de la fiesta que nosotros.

El ganadero, ya leyenda de Galapagar, tenía claro que no se podía ser buen ganadero sino se era buen aficionado. Y aficionado no es un pagador en taquilla, creyendo ilusamente que así se mantiene la fiesta.

Intensidad de vida, llenando él solo plazas y laureado de premios en décadas hasta su último acto público con el Rey Felipe VI. Su figura fundamental (autodidacta y con aroma a dehesa cacereña) ha marcado un camino en la fiesta:

“La fiesta es nuestra, y no se acabará en lo que haya un español. Pero hay que dar fiesta de verdad, dar espectáculo (de forma más precisa llamado emoción) y por eso, la gente se vuelve loca”. De esta manera se convirtió,  en palabras del crítico Antonio Lorca: “defensor de una tauromaquia íntegra”.

Decía Sánchez Dragó que, “quienes tienen miedo de la verdad, se dice que viven en la mentira”. Pues bien, Victorino (haciendo honor al último toro de la feria de Logroño que se le dio la vuelta al ruedo) ha sido un hombre verdadero y de respeto ganado.

Verdad en la labor  de  una vida de campo, para un encaste que ya está en la gloria del cielo. Mientras tanto, silencio pide la brisa al pasar por Monteviejo. Aquí, en la dehesa de Extremadura, “el campo más bonito de España”, como él solía decir. Su obra sigue viva en su hijo.

A fructibus cognoscitur arbor” (D.E.P)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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