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Alejandro Talavante (Foto: Álvaro Pastor Torres)

Carlos Crivell.– Se cayó Morante, amarrado en la cama de un hospital, y lo sustituyó Ginés Marín. Parte del público conoció el cambio en la plaza. Se lidió una corrida de Cuvillo para Córdoba, es decir, justa de presencia, carente de fuerzas pero bastante noble en general. Predominó la nobleza y de ello se beneficiaron Talavante y Marín. Los de El Juli no fueron nada: sin fuerzas y vacíos por dentro.

Talavante toreó muy bien al bravo y noble segundo. Fue el mejor de la corrida. A Talavante, en perfecto estado de revista en cuanto a temple e imaginación, ese buen toro le proporcionó la posibilidad de realizar una faena de calidad por el lado izquierdo, aunque por el derecho el trazo de los muletazos también fue limpio y airoso. El conjunto fue primoroso. Se explayó en el toreo fundamental y brilló en los adornos. Así, los cambios de mano, las arrucinas, las trincherillas, todo lució en el mejor estilo del torero extremeño. Quizás le faltó rotundidad a la faena, de ahí que todo quedara en una oreja.

El quinto fue un toro más exigente. Dentro de su clase, repitió con un punto de genio incómodo. Talavante anduvo seguro, luchó contra esa condición del animal, llegó a sufrir un desarme, y acabó con mayor expresión en los derechazos finales y en las manoletinas. La espada cayó baja y atravesada, pero a nadie le importó y le dieron una oreja de menos peso que la anterior.

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Ginés Marín (Foto: Álvaro Pastor Torres)

Ginés Marín ofreció una imagen espléndida. Su primer contacto con el toro fue un quite por gaoneras al segundo. Las verónicas del saludo, las chicuelinas del quinto, el mismo toreo de capa al sexto, todo su arsenal de capote fue de calidad. La faena a noble tercero fue armónica de principio a fin. Las tandas por ambos pitones, llenas de majestad, con toques muy sutiles, casi imperceptibles, dejando al toro acariciar su taleguilla, fueron emocionantes, pero además provocaron la sensación de un torero ya avezado y experto, cuando era su segunda corrida de matador de toros. Cargó la suerte, se gustó con buen pulso en las muñecas y entusiasmó a la plaza. Un pinchazo enfrió los ánimos y el palco se puso exigente ante la petición de oreja.

El sexto era el de menos presencia de la tarde. Además, besó el albero de forma reiterada. Se lo brindó a sus compañeros de cartel y lo recibió con un pase cambiado por la espalda en el centro del ruedo.  Toreó con suavidad y mimo al inválido.  El animal se derrumbó en la faena a pesar de los cuidados que le prestó Marín. Convertido en un toro de Guisando, la única opción que le quedó fue meterse en su terreno y dejarse acariciar la taleguilla por los pitones. La oreja fue la recompensa a su buena tarde.

El Juli pasó por Córdoba con la mala suerte de tropezar con toros casi imposibles, pero también con una aparente falta de entrega. Sus oponentes fueron muy flojos, ambos acortaron el viaje y, por tanto, no eran fáciles para realizar el buen toreo. Ello, sin embargo, no puede servir de eximente en un torero tan dominador como Julián. Su tarde fue vista y no vista.

Plaza de toros de Córdoba. 27 de mayo de 2016. 2ª de la Feria. Dos tercios de plaza. Seis toros de Núñez del Cuvillo, justos de presencia y juego variado. Noble y flojo el 1º; bravo y noble, el 2º; noble con clase, el 3º; muy flojo el 4º; el 5º con un punto de genio pero con clase; el 6º, inválido y descastado. A la muerte del cuarto se tiró un antitaurino, que fue pronto reducido y retirado por la policía.

El Juli, de sangre de toro y oro, estocada trasera (silencio). En el cuarto, media atravesada (silencio).

Alejandro Talavante, de grosella y oro, estocada (una oreja). En el quinto, media baja y atravesada (una oreja tras aviso).

Ginés Marín, de celeste y oro, pinchazo y estocada trasera (vuelta al ruedo). En el sexto, estocada (una oreja).

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