Foto: web de Miura

José Luis López.– El pasado domingo 7 de Julio, cuando la claridad se abría paso entre las tinieblas de la noche y el cielo comenzaba a mostrar ese azul intenso y limpio que bañan las tierras de nuestra Baja Andalucía, en la carretera que une Lora del Río y La Campana se notaba un cierto sabor campero y taurino, un movimiento especial que rompía la natural tranquilidad de la zona.

La clásica y conocida cancela de Zahariche, portal de entrada a la finca más emblemática de la cabaña brava española, contemplaba un tráfico diferente, y sus goznes, bien engrasados, soportaban un abrir y cerrar más intenso que de costumbre. Las descarnadas caras de reses que guardan el apellido histórico de Miura parecían mirar con sorpresa los vehículos que bajo ellas pasaban.

El movimiento es natural si explicamos que con los primeros rayos de sol, se iban a embarcar seis toros de Miura para lidiarlos en Pamplona el próximo día 14 de Julio como cierre a la Feria de San Fermín de 2019, como viene ocurriendo hace ya más de 50 años.

Como en ocasiones anteriores, es una fecha en la que trato de no faltar a mi cita con la historia, con los más de 175 años de historia de esta ganadería, que nunca ha salido de la familia Miura.

Eduardo y Antonio han tenido la amabilidad de invitar a dos buenos amigos, que este año me acompañan, Fernando Francés García y Carlos Infantes, no son taurinos especialmente, pero si aficionados, amantes de nuestra Fiesta, nuestras costumbres y nuestra cultura.

Nos adentramos en la finca y ya el aire es diferente. Avanzamos despacio por el carril, para poder empaparnos de naturaleza y de la hermosura  de los animales que nos miran desde sus cerrados, al otro lado de las talanqueras, algo inquietos por la presencia de intrusos.

Después de las presentaciones y saludos de rigor, pasamos a ocupar nuestro lugar en el embarcadero. Mientras que María del Mar y Cristina, esposas de los hermanos Eduardo y Antonio, se ocupaban de que estuviéramos lo mejor posible y nos explicaran lo que estábamos viendo con una amabilidad sin límites.

Eduardo, el vástago del mayor de los Miura, al que nos congratulamos de ver bastante restablecido de una caída del caballo que le ha tenido un tiempo alejado de sus quehaceres cotidianos en la finca, también estuvo en todo momento pendiente de todos los amigos que allí nos encontrábamos.

En el cerrado colindante con las dependencias del embarcadero, Antonio Miura, a caballo junto con su mayoral y vaqueros, comienzan a moverse muy suavemente entre los seis toros que están apartados desde el día anterior, y en una maniobra envolvente, sin estridencias, ni caballazos o galopes innecesarios, apartan tres de los seis astados y  unidos a los bueyes que les van a facilitar la tarea los conducen a través de la mangada hasta el corral principal. Desde este punto, con la ayuda de los mansos, y a través de unos pasillos que tienen varias puertas que abren en direcciones diferentes, el toro es conducido hasta una rampa, que le conduce directamente al cajón del camión que los transportara hasta los chiqueros de la plaza de Pamplona.

El silencio y la tensión se cortan durante la faena, mientras el toro va pasando de puerta en puerta, hasta llegar al cajón, y solo se respira, cuando el portón cae cerrando el recinto donde va a viajar hasta su destino.

Los visitantes estamos en un plano superior al que utiliza el toro en su camino hacia el camión, y en alguna ocasión duda al comienzo de la rampa, y se para a nuestra altura mugiendo, mostrando el natural nerviosismo y mirando hacia arriba, donde hay más publico del que debiera. Cuando esas miradas se cruzan con la nuestras, no estamos a más de metro y medio de una cornamenta con una arboladura amplia, de un morrillo tan grande como una pelota de baloncesto y unas hechuras tan enormes como un vagón de mercancías, todo esto con una mirada que te deja helado e inmóvil, como un toro de Guisando, todo esto y tenerlo tan cerca altera el ritmo de tu cuerpo, pero también confirma que, en su conjunto, es el animal más bello de la tierra.

Y así, queridos amigos, uno tras otro, hasta que por sexta vez suena el portazo que asegura el cajón del camión. Entonces se escucha un ¡Viva la Virgen del Roció! Que cierra la ultima faena campera, que se realiza en la finca donde habita el toro bravo a cada corrida que se lidie.

Escrito así es muy fácil, hacerlo en la realidad es otra cosa, y solo la pericia de los vaqueros y las manos maestras de Eduardo y Antonio manejando cuerdas y puertas, hacen posible esta y el resto de las faenas camperas que hay que realizar en la dehesa, al ganado bravo, para que podamos disfrutarlo los aficionados en una plaza de toros.

Pero para nosotros no había finalizado la mañana, pues acompañados por los doctores que atienden a la familia y por parte de ella, tuvimos la suerte de poder ver de cerca (todo lo cerca que es aconsejable, claro) al toro “Tahonero”, indultado por Manuel Escribano el pasado 22 de Junio en Utrera, primero al que se le perdona la vida en una plaza. También pudimos contemplar algunas de las corridas que se lidiarán esta temporada.

Finalizamos la mañana en el patio del cortijo con la amabilidad de una familia de ganaderos que se vuelca con sus amigos a la menor ocasión que se le presenta.

De vuelta a Sevilla, mis amigos, que no habían tenido la oportunidad de presenciar el embarque de ninguna corrida, venían comentando la grandeza del toro en el campo y el sinvivir de sus criadores por el bienestar y conservación de la especie.

Muchas gracias, ganaderos. Y que Dios reparta suerte.

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