Gastón Ramírez Cuevas.- Iniciamos el año taurino con un milagro, pues en la novena corrida del serial hubo toros dignos de ese nombre y toreros que sí merecen vestir el traje de luces. Desafortunadamente, en la aseveración anterior resulta difícil incluir a Antonio Lomelín junior, quien confirmó la alternativa y nos demostró fehacientemente que anda cortito de ideas, de oficio y de valor. Claro, en su incipiente trayectoria profesional quizá jamás se había enfrentado a toros que pedían el proverbial carné.

El de la confirmación fue un animal de imponente estampa aunque basto; bravo, noble pero no tonto, fuerte y codicioso. Vamos, que en otras manos ese toro hubiera sido de triunfo grande. En el primer tercio, el toro midió su fuerza con los montados y les ganó la pelea, tumbando de manera colosal al varilarguero que guardaba la puerta. Lomelín anduvo intentando pegar el segundo muletazo de cada tanda, pero no lo consiguió. Intercaló por ahí un pase de pecho elegante y eso fue todo.

Peor se puso la cosa en el sexto, un burel que desmereció en cuanto a lámina, pero que fue quizá el más noble, claro y repetidor del encierro. El joven capitalino dudó mucho, se movió constantemente y acabó echándose al toro encima. Y como Antonio no es el excelso estoqueador que fue su padre, terminó pegándole un buen bajonazo al de Caparica.

Jerónimo estuvo cumbre. Creo que a su tauromaquia la podemos calificar de simbolista. Es decir, posee verdades absolutas que únicamente pueden ser descritas de manera indirecta, lo cual dificulta contar las dos faenas que nos regaló, pero haremos lo posible.

En el segundo de la tarde, Jerónimo toreó con mucho gusto a la verónica, rematando con una media y revolera. El astado se frenaba, no humillaba y estuvo todo el tiempo con el torero, pero eso no obstó para que el carismático coleta avecindado en Puebla demostrara su enorme oficio y sus ganas de agradar.

Lo sobresaliente de la faena fueron los trincherazos, los molinetes y los forzados de pecho, pases a los que Jerónimo imprime un arte especial. Desgraciadamente pinchó en lo alto antes de dejar la estocada de la tarde, un portento de clasicismo que hizo rodar la toro sin puntilla. Estrictamente, el juez debía haberle concedido la oreja pues la petición fue mayoritaria, pero todo quedó en una clamorosa vuelta al ruedo.

El cuarto de la tarde fue un toro con toda la barba que provocó otro tumbo de aúpa y hasta arrolló a Jerónimo al salir del encontronazo con el picador. En ese primer tercio, Jerónimo pegó enormes verónicas con esa elegancia natural que le caracteriza.

El de Caparica llegó un poco disminuido a la muleta, pero ahí había un torero con toda la barba. A base de arrimarse y templar, Jerónimo Ramírez de Arellano logró derechazos colosales, llegando a ligar cinco pases en un palmo, mandando y rematando atrás de la cadera. No faltaron los naturales largos y ceñidos, aunque aislados, debido a la astucia del cuadrúpedo.

Los variados muletazos de adorno, plenos de sello, pusieron de pie al respetable. Jerónimo se fue tras la espada con fe, cobrando una estocada habilidosa y siendo trompicado por el toro, mismo que le rompió la taleguilla. El respetable sacó los pañuelos de inmediato y quería las dos orejas para el diestro, pero el absurdo juez sólo le dio una. Esa faena, de arte, exposición y sinceridad debe valerle a Jerónimo ocupar el puesto vacante en la corrida del Aniversario. ¡Ojalá!

En el tercero del festejo, Juan Pablo Llaguno dio una demostración de pundonor y oficio realmente extraordinaria. El toro era un tío que regateó las embestidas y desarrolló sentido. Con la muleta, Juan Pablo se fajó con una firmeza envidiable, aguantando gañafones por ambos perfiles. A base de no perder el paso, salirle adelante al toro y completar los muletazos, Juan Pablo consiguió pases de enrome valor.

En las postrimerías de la faena, el toro lo cazó y le propinó una voltereta tremenda, haciendo volar al menudo torero a, por lo menos cuatro metros, de la arena. El torero queretano no se amilanó en lo más mínimo y llegó inclusive a arrimarse más en las últimas tandas. Fue una lástima que no matara bien, pues los trofeos se le escaparon y sólo agradeció la ovación en el tercio.

En el segundo de su lote, un toro hecho y derecho, que saltó al callejón y luego presentó las dificultades propias de la edad, Llaguno no logró encontrarle la cuadratura al círculo. Ahí hubo oficio, pero faltó clase.

En suma, vimos una corrida de toros de verdad, lidiada por dos toreros de verdad. El aficionado no pide mucho para ser feliz. Se conforma con la emoción y el peligro que transmiten los cornúpetas encastados y con edad. El aficionado goza enormidades cuando ve a toreros pundonorosos que se juegan la vida y crean arte. ¿Sería mucho pedir que la empresa nos diera eso por lo menos cada quince días?

Domingo 7 de enero del 2018. Novena corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Seis de Caparica, muy bien presentados (salvo el sexto) con edad, trapío, casta, kilos y pitones. El primero y el cuarto fueron ovacionados con fuerza en el arrastre y el tercero fue muy aplaudido al salir por toriles. Los ganaderos fueron sacados al tercio por Jerónimo durante su vuelta al ruedo en el segundo y se llevaron una merecida carretada de aplausos.

Toreros: Jerónimo, al primero de su lote lo despachó de un pinchazo arriba y una gran estocada que tumbó sin puntilla: petición de oreja y vuelta. Al cuarto de la tarde lo mató de estocada delanterilla y un poco caída: oreja con fuerte petición de la segunda.

Juan Pablo Llaguno, al tercero le atizó dos pinchazos y una estocada en el rincón: al tercio tras aviso. Al quinto le pasaportó de estocada caída y perpendicular: leves palmas.

Antonio Lomelín confirmó la alternativa. Al primero de la tarde le pegó una buena entera que no fue de efectos inmediatos: silencio tras aviso. Al que cerró plaza se lo quitó de enfrente con un espadazo muy bajo: algunas palmas.

Entrada: unas tres mil personas.

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