Carlos Crivell.- El tema de los políticos dictatoriales de Espartinas, que fue noticia hace unos días, ha tenido su lado positivo. Por Sevilla, el concejal Calado tenía algunas simpatías, sobre todo entre la parroquia bética, pero ya ha quedado de manifiesto su talante dictatorial y antidemocrático, de manera que sus pocos admiradores, que al mismo tiempo son aficionados taurinos, ya lo detestan. Es decir, que lo hemos calado. Es un tipo que no requiere ninguna atención por parte de quienes pedimos el respeto debido para todos.

Ha sido positiva también la reacción del sector en masa en la manifestación ante la plaza, con una mención especial para el talante de Lipi cuando las fuerzas policiales trataron de disolver la concentración. En mi opinión, todo este asunto nos ha recordado que una plaza de toros espléndida, a las puertas de Sevilla, está arruinada y abandonada, cuando sería un magnífico escenario para la celebración de festejos del tipo de las novilladas con y sin picadores, dado que su organización en ese coso reduce de manera notables los costos.

Finalmente, esta movida nos ha obligado a recordar que Espartinas es una población taurina por los cuatro costados. Cuando se llega al pueblo, unos grandes cartelones le recuerdan al visitante su vinculación intensa con la Fiesta. En otros paneles, que siguen colocados en el pueblo, se recomienda la visita con motivo de la celebración de los eventos denominados La Feria del Toro y La Luna, aunque es cierto que no se celebran. Y sigue la plaza, abandonada pero altiva, como el emblema de un poblado que ama al toro y al toreo.

Esa plaza fue levantada por un grupo de hombres que están ahora desolados. Entre ellos, Javier Jiménez, en su momento teniente de alcalde de la localidad, y uno de los impulsores del recinto. Pocos días antes de su inauguración en 2005, se leyó en su explanada el Manifiesto de Espartinas a favor de la Fiesta. Decía Javier que el hombre que representa a la plaza y a su afición es Antonio Espartaco. Javier ha pedido que se le rinda un homenaje por su entrega y amor al pueblo, por su afición sin reservas, por su labor ingente para que Espartinas estén boca de todos, ya en su tarea de formar a nuevos valores, ya al ofrecer al mundo el ejemplo torero de su hijo, Juan Antonio, verdadero estandarte de la población. Hago una pregunta a los espartineros que lean este texto. ¿Quién ha servido mejor a Espartinas, el concejal Calado o Antonio Espartaco? ¿Quién ama más al pueblo? ¿Quién lo defiende con más pasión?

El mundo de los toros le debe a Espartaco padre un gran homenaje. No conozco a nadie con tanta afición como este hombre, que, incluso cuando la vida le ha dado algún golpe de pronóstico más que reservado, se ha levantado para seguir en la brecha. Sería un homenaje que debería tener un escenario ideal: la plaza de toros de Espartinas. Con estos individuos en el gobierno será casi imposible. Pero el pueblo debe alzar su voz para exigir que la plaza sea para el pueblo, no para que la utilice de forma sectaria un señor que ni siquiera vive en la localidad. Un señor que es concejal con muy pocos votos, pero que eran necesarios para que la señora alcaldesa pudiera acceder al cargo y ahora, como suele ocurrir con tantos políticos, se ponga a mirar para otro lado. Más pronto que tarde, el toreo le debe manifestar a Antonio su admiración y gratitud.

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